viernes, 15 de mayo de 2009

Sin mostrar solo las apariencias


En el mundo hay infinidad de máscaras. Las hay de hipocresía, de vanidad, de falsa valentía, de infidelidad, de pasión no correspondida, de dudosa integridad. Una máscara es el umbral de tus pensamientos, que da paso a lo que eres en realidad, que no deja entrever tus ideas y tus dudas. Incluso más que eso, es lo que nos gusta aparentar, lo que necesitamos que vean y respeten.
Más que a la vida, más que a los sueños, nos protegen contra todo lo externo, contra todo lo que podría ser diferente y enigmático. Sin dejar que salga nuestro propio mundo onírico, hasta que se nos ocurra levantar la vista y saborear la luz calenturienta de la existencia.
Si efímera es la vida, más temprano se extingue nuestra máscara, pues el tiempo pasa sin que nos demos cuenta. La máscara acaba reducida a escombros, hasta llegar a elevarse en el aire como el polvo, lo único que queda de nuestra antigua apariencia.
Ahora, mírame: la máscara se ha esfumado.
M*
 
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