lunes, 27 de abril de 2009

Posando mis dedos sobre el reloj de tu corazón


Si mi tiempo fuera realmente mio, te lo daría sin dudar, pues no quiero algo que me sirva para estar sola. La soledad me hace detestar el tiempo, el mismo que se me escapa cuando estoy cerca de ti, y el mismo que rechazo cuando no me deja repirar de inquietud. Solo necesito un suspiro para decirte que te quiero, y solo ese instante me hará recordar lo que soy.

Ni que me des una razón me bastará, mi deseo sobrepasa lo imaginable, y es tan efímero como el aire que sale de mis pulmones. ¿De verdad me quieres?, el tiempo lo dirá, supongo, y sino, déjame desear que los segundos se detengan para no tener que decirte adiós.

M*

jueves, 16 de abril de 2009

Y mi alma no se alzará nunca más



El Conde vivía en un castillo. Un auténtico laberinto que llegaba hasta el cielo, con paredes anchas e interminables escaleras que no conducían a ninguna parte. Era oscuro, no por sus paredes, sino por el cielo, que, lejos de ser traslúcido, no dejaba penetrar la luz del sol. Era un eterno atardecer, más allá del crepúsculo y el anaranjado cielo que precede a la oscuridad. En lo alto del castillo, se erguía una estatua, un ángel caído sin alas, pues habían sido quemadas por las abrasadoras llamas del infierno. Y desde su refugio, el Conde esperaba ansioso a que llegara lo inexplicable y fantasmal, pues ninguna persona de ideas claras se acercaba allí jamás. El viento que llevaba el frío gélido no cesaba, recorría cada una de las habitaciones y aposentos de la mansión, que permanecía a la espera de lo que nunca aparecía. Bienvenidos a mi pesadilla.

M*

lunes, 13 de abril de 2009

Entre todo lo demás, sólo te veo a ti


Miradas insaciables, aquellas que me intimidan. Una fiesta de medianoche, un bullicio ensordecedor y escandaloso. Ojos burlones y enormes me observan mofándose con desprecio. ¿Qué hago aquí?, me pregunté. Sin respuesta imaginable, me dirigí a la salida, que se me antojó lejana e inalcanzable. Un arlequín me cerró el paso, bailaba delante de mí con energía y emoción. Me asusté, y casi temblando avancé hacia ella. Su sonrisa me pareció agridulce, brillante como las estrellas y pícara a más no poder. Me regaló un beso en la mejilla, que pude sentir suave y enternecedor. Su olor era especial, me recordó a cuando éramos niños, sin saber nada de lo que nos rodeaba ni de lo que debíamos temer. Y así me sentía, sin pensar en nada que no fuera su rostro y sin darme cuenta de toda la gente que me rodeaba. Le devolví el beso, en los labios. Tenían un sabor dulce, y su aroma me llenó la mente de sueños utópicos. Sostuvo mis manos entre las suyas. "Ahora y siempre, amor", me susurró.
M*

viernes, 10 de abril de 2009

Te quiero


El recuerdo de tu risa lejana, aquella que me envolvía el corazón y me daba aliento se ha fugado. La oigo como un susurro, un murmullo sin dueño, vagando por un mundo desleal y sombrío. La tierna luz de tus ojos se desvanece, la negrura de tus pupilas me abandona y siento el frío avanzando dentro de mí. La mente me da vueltas, los sueños se me repiten en un interminable tiovivo que no para de girar y mofarse de mí. Concédeme un deseo, solo uno, el único verdaderamente importante: no desaparezcas, no quiero verte partir sabiendo que no sentiré de nuevo tu mirada sobre mí ni tus tiernos suspiros. Sorpréndeme y no te alejes de mis pensamientos, pues en ellos siempre habrás de estar, permanentemente bella e irreal. Aunque no escuche tu voz, aunque no sienta de nuevo tu presencia, aunque mi vida termine sin volver a verte, quédate siempre en mi corazón, que yo nunca voy a olvidarte.
M*

martes, 7 de abril de 2009

Confesiones


La adrenalina corrió por mis venas conforme fui comprendiendo poco a poco el peligro. Desde su posición, él lo olió y su sonrisa se hizo burlona.
- Soy el mejor depredador del mundo, ¿no es cierto? Todo cuanto me rodea te invita a venir a mí: la voz, el rostro, incluso mi olor. ¡Como si los necesitases!, ¡Como si pudieras huir de mí!, ¡Como si pudieras derrotarme!
Permanecí sentada sin moverme, temiéndolo como no lo había temido nunca. Nunca lo había visto tan completamente libre de esa fachada edificada con tanto cuidado. Nunca había sido menos humano ni más hermoso. Con el rostro ceniciento y los ojos abiertos como platos, estaba sentada como un pájaro atrapado por los ojos de la serpiente.
Stephenie Meyer, Crepúsculo

lunes, 6 de abril de 2009

Avanzar sin saber qué encontrarás


La vocecilla me decía que entrara, que la temeridad a veces es una virtud. Nunca lo creí, sin embargo nada me impedía entrar, nada parecía contenerme ni advertirme. Pronto mis ojos se acostumbraron a la penumbra, a la oscuridad profunda que había permanecido allí sola durante largo tiempo. Ahora me fundía en lo desconocido, para hallar así mi camino o mi perdición, ambas cosas me intrigaban. Avancé, sin saber a donde me dirigía ni qué encontraría al final de la senda. Oía las ratas, el barro bajo mis pies, los cuervos chillar estrepitosamente, el viento que silbaba mientras se introducía lentamente donde yo estaba. El aire sabía a podrido y a húmedo, pero mi mente siguió donde estaba, y sin darme avisos de terror. No, no era miedo lo que sentía, la valentía de un necio me protegía. Una voz grave, chirriante y envejecida me llamó. Surgía de dónde yo había entrado. Me di la vuelta, lentamente. Lo vi ante mí, en todo su esplendor. Por fin has llegado, me dijo. Sí, por fin estaba allí.

M*


¿Hasta cuando?


- La idea de verte inmóvil, pálida, helada... No volver a ver cómo te ruborizas, no ver jamás esa chispa de intuición en los ojos cuando sospechas de mis intenciones... Sería insoportable. Ahora eres lo más importante para mí, lo más importante que he tenido nunca.

La cabeza empezó a darme vueltas ante el rápido giro que había dado nuestra conversación. Desde el alegre tema de mi inminente muerte de repente nos estábamos declarando. Aguardó, y supe que sus ojos no se apartaban de mí a pesar de fijar los míos en nuestras manos. Al final, dije:

- Ya conoces mis sentimientos, por supuesto. Estoy aquí, lo que, burdamente traducido, significa que preferiría morir antes de alejarme de ti.

Nuestras miradas se encontraron y entonces nos reímos juntos de lo absurdo y estúpudo de la situación.

- Y de ese modo, el león se enamoró de la oveja...

- ¡Qué oveja tan estúpida!

- ¡Qué león tan morboso y masoquista!

Stephenie Meyer, Crepúsculo





 
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