jueves, 7 de enero de 2010


Llovía. El viento mordía los árboles con furor y los doblegaba a su paso, como un infame monstruo devorador de almas. Había rabia y miedo en ese viento, una fuerza sobrehumana que no se detenía, que me arrancaba el aliento y me helaba la sangre. Sus ojos estaban clavados en mí, me miraba. Me perdí en el azul cristalino de aquellos ojos, que no paraban de mirarme, una y otra vez. Me temblaban las manos, las piernas, los párpados. Todo se me antojó borroso, puede que porque no quería estar allí, o puede que no me apetecía marcharme. Mil cosas tendrían que estar desfilando por mi mente, aunque solo una me embargaba, me llenaba de sensaciones. Y es que, sus ojos, que no me soltaban ni un segundo me habían enjaulado. Las gotas de lluvia caían por sus mejillas, lentas pero incesantes, sus labrios se abrieron de repente, en medio del caos helado y mortecino. Su voz, lejos de ser aterciopelada, era como un corte profundo, un corte desprevenido, doloroso. "Ven conmigo", me dijo. Alargó la mano, y yo le di la mía. Entrelazamos los dedos. Los suyos, a pesar de la gélida tempestad, eran calurosos. Los míos, muy al contrario, parecían hechos de escarcha a punto de quebrarse.
Llegamos a su casa, un inmenso edificio solitario, que parecía lleno de recuerdos inolvidables, recuerdos que ya nunca más sabrá nadie. Al entrar, la puerta se cerró con un fuerte golpe. No había luz, estábamos sumidos en una oscuridad incorpórea. Sin soltarme la mano, me condujo en silencio hasta una habitación, que supuse que era la suya. En ese momento, me pareció que el mundo se detenía, en ese momento mágico en que sus manos rozaron mi piel. Me apretó contra su pecho, y oía la fuerte ventisca que acechaba fuera. Con el sonido de un trueno, acercó su rostro al mío. Noté su aliento en mi mejilla, tan frío y a la vez cercano, las gotas de lluvia que había en sus labios rozaron mi frente. No me importaba lo que sucedería, ni siquiera pensaba ya en lo que existía fuera de esas paredes. Sonó otro trueno, y me besó. Luego, me besó otra vez, y otra, hasta que el sol decidió salir.

martes, 8 de septiembre de 2009

El silencio del corazón frío.


Dicen que todo el mundo es malvado. Que todos tienen algo que esconder. Un sentimiento horrible que ocultar, mentiras que llegan hasta donde alcanza la memoria, y razones varias para odiar a alguien. Si bien es cierto que en algunos casos, el corazón puede congelarse, hasta quedarse inanimado e insensible para siempre. Las que fueron alegrias, y las tristezas, pasan de largo sin dejar rastro alguno, haciendo que el corazón se vuelva frágil y helado. Oyes los sonidos, sientes el viento acariciarte las manos, el olor de la primavera. Pero solo son eso, sensaciones pasajeras que se marchan rápidamente. Para no volver.
Hasta el día en que el corazón de hielo se rompa en mil pedazos. Y entonces, nada.
M*

domingo, 12 de julio de 2009

...Y ardieron en las llamas. Las llamas de mi odio.



Desde los confines de mi soledad, ruego a quien me escuche que no me preste atención. Mi voluntad se ha doblegado ante la maldad, la deliciosa venganza, que a mi se me entoja rediante en vez de gélida. Venganza por aquellos que una vez me desecharon, venganza por aquél que me hirió, y ante todo, venganza por los que nunca me dedicaron una mirada.


Y lejos está mi ética, porque dejé atrás mis remordimientos, ahora mi único punto importante es el maligno sentimiento que me corroe. La congoja, que me impregna de un sabor amargo, no me deja respirar. Sí, mi venganza me llena los pulmones de aire enloquecido, y la piel se me tensa por la emoción.


Ya no miraré atrás. Han muerto. Si preferisteis estar contra mí, dejar que me consumiera y me abandonasteis a mi suerte, este es mi dulce castigo que he elegido para vosotros. Sí, dulce a mi pesar, que me seguirá mientras viva. O, puede que ya no viva, solo esté prolongando mi existencia.


Quien sabe...


M*

martes, 7 de julio de 2009


Me undía en la miseria. Caí en el agua, que se me antojó helada y turbulenta, y se me clavaba en el alma cual cuchillos despiadados. La negrura me inundó, y sólo pude ver resquicios de pesadillas que poblavab mi mente, de modo que dejé que la corriente me arrastrase e hiciera conmigo lo que se altojara. El golpe en verdad no me hirió, sólo me dolía el aliento inexistente que emanaba de mis labios agarrotados. La luz de mi interior se apagaba, y cada vez me sentía más lejos de la superfície, y más cerca del infinito pesar. No recordaba los nombres de los que una vez me quisieron, ni los que yo había amado. Nadie importaba ya, la espesura me engullía y únicamente deseaba que acabara conmigo pronto.
Entonces le vi.
Era él, sin duda. Aunque ya no recordaba nada, y a pesar de la desesperación que se había apoderado de mí, le ví; allí, esperándome. La oscuridad empezó a menguar lentamnete, dejando poco a poco paso a una luz de procedencia imposible de determinar. Era como si, de pronto, alguien encendiera una efímera esperanza que se había escondido en mi corazón. Seguía allí, en el mondo del mar, el mismo mar que tanto había amado durante mi vida, que ahora estaba esperando mi muerte. Sin embargo, allí estaba él. El fondo ahora estaba completamente iluminado, y gracias a ello, sus ojos verdes resplandecían con su brillo natural. Su mirada, que tenía tan presente incluso ahora, se me hizo tan dulce y serena como antaño. Me miró. Sus labios estaban levemente enarcados, dibujando una sonrisa. Mi sonrisa. Todo él era mío, como una vez lo fue, y no tardé en tenderle las manos para fundirme con él. Me devolvió el abrazo, aunque yo todavía estaba flotanto en lo absurdo de ese dichoso mar. Su pelo castaño brillaba de manera indescriptible, y le daba una belleza peculiar a su rostro. Me acerqué a su mejilla, y apoyé mis labios en su pómulo. Su aliento me rozó el pelo, que se movía como si en verdad estubiera debajo del agua. Sí, no podía desear nada mejor. Volvía a estar con él, y esta vez para siempre.
Entonces, mi mundo se nubló. Y nada más.
M*

viernes, 3 de julio de 2009

Cada vez más solos, rodeados de gente




Ponte el moño apretado, sirena, que se joda el viento,
rompe las horquillas de espuma,
y déjame que te remache sonrisas de hierro de ésas que disipan las brumas,
y sé que entre los males nos lloverán cristales,
yo iré descalzo y tú desnuda,
al son del amor del ronco tambor que toque la luna.
Vamos a trepar a la copa de este sol de enero,
y a hacer un nido en su ramaje,
y allí reírnos viendo como a cada minutero se lo devora el oleaje,
que cuando entre mis brazos resuenen cañonazos
yo iré perdido entre tus dunas dejándolo todo,
quemando los tronos donde reinen dudas.
Y báñate en mis ojos, que se joda el mar
que quiera mecerte a su antojo,
si no somos nadie a nadie va a encontrar,
y si a las heridas quiere echarles sal
sólo va a encontrarse cerrojos
y las cicatrices de la soledad.
Coge resina para untarnos poco a poco el cuerpo, p
or si vuelve la ventolera,
y mientras tanto, entre los huecos que nos deje el tiempo,
deja volar tu cabellera,
que si a nuestra locura vuelven nubes oscuras
nos cogerán frente con frente y codo con codo,
cada vez más solos, rodeados de gente.
Y báñate en mis ojos, que se joda el mar
que quiera mecerte a su antojo,
si no somos nadie a nadie va a encontrar,
y si a las heridas quiere echarles sal
sólo va a encontrarse cerrojos
y las cicatrices de la soledad.
Marea, Que se joda el viento

El mundo en ojos ajenos


¿Y si la belleza sólo es efímera?
¿Qué haríamos, entonces? , Si de los demás dependiera lo importante, nos perderíamos en nuestro océano particular de dudas. Y si es cierto, en verdad, que lo bello se encuentra exclusivamente en los ojos del que mira, quizá no podríamos aceptarlo. ¿Por qué algo es bello?, ¿Por qué?, Si una sonrisa puede ser hermosa, un mar majestuoso y un hinvierno embriagador, ¿de quien es la responsabilidad de decidir lo que puede o no ser bello?
Nosotros mismos aplicamos adjetivos al mundo, creamos estereotipos, negamos realidades y aceptamos mentiras. Si un a mentira repetida mil veces no se convierte en algo cierto, una visión subjetiva de una misma realidad es candorosa. No es bello lo que miramos, son especiales nuestras propias visiones de lo que vemos. Y, si, el cielo es inmenso, los atardeceres deslumbrantes, y los sentimientos especiales... Son lo que otorga la verdadera belleza.
M*

martes, 9 de junio de 2009

Entre la paz se encuentra la amargura


El viento que mece mis cabellos me acompaña. Si en mi soledad hay un momento de paz, es el que aguarda cuando estoy con él. No es solo un sentimiento, es la certeza de que nunca más volveré a soñar desgracias. Porque son las noches oscuras en las que se me aparecen personajes de pesadilla y encuentro una desdicha con sabor amargo. Cuando la luna se esconde, el viento me susurra desafiante palabras sin sentido. Y me quema. Me quema como el bochorno que siento al despertar y ver que las visiones solo eran mentiras. La realidad se me deshace al tiempo que voy despertando de mi somnolencia. Así, cuando abro los ojos solo veo el mismo viento que me azotaba en pesadillas, que ahora se pasea entre mis manos.

Y no estoy sola, pues el viento me acompaña.

M*

 
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