martes, 7 de julio de 2009


Me undía en la miseria. Caí en el agua, que se me antojó helada y turbulenta, y se me clavaba en el alma cual cuchillos despiadados. La negrura me inundó, y sólo pude ver resquicios de pesadillas que poblavab mi mente, de modo que dejé que la corriente me arrastrase e hiciera conmigo lo que se altojara. El golpe en verdad no me hirió, sólo me dolía el aliento inexistente que emanaba de mis labios agarrotados. La luz de mi interior se apagaba, y cada vez me sentía más lejos de la superfície, y más cerca del infinito pesar. No recordaba los nombres de los que una vez me quisieron, ni los que yo había amado. Nadie importaba ya, la espesura me engullía y únicamente deseaba que acabara conmigo pronto.
Entonces le vi.
Era él, sin duda. Aunque ya no recordaba nada, y a pesar de la desesperación que se había apoderado de mí, le ví; allí, esperándome. La oscuridad empezó a menguar lentamnete, dejando poco a poco paso a una luz de procedencia imposible de determinar. Era como si, de pronto, alguien encendiera una efímera esperanza que se había escondido en mi corazón. Seguía allí, en el mondo del mar, el mismo mar que tanto había amado durante mi vida, que ahora estaba esperando mi muerte. Sin embargo, allí estaba él. El fondo ahora estaba completamente iluminado, y gracias a ello, sus ojos verdes resplandecían con su brillo natural. Su mirada, que tenía tan presente incluso ahora, se me hizo tan dulce y serena como antaño. Me miró. Sus labios estaban levemente enarcados, dibujando una sonrisa. Mi sonrisa. Todo él era mío, como una vez lo fue, y no tardé en tenderle las manos para fundirme con él. Me devolvió el abrazo, aunque yo todavía estaba flotanto en lo absurdo de ese dichoso mar. Su pelo castaño brillaba de manera indescriptible, y le daba una belleza peculiar a su rostro. Me acerqué a su mejilla, y apoyé mis labios en su pómulo. Su aliento me rozó el pelo, que se movía como si en verdad estubiera debajo del agua. Sí, no podía desear nada mejor. Volvía a estar con él, y esta vez para siempre.
Entonces, mi mundo se nubló. Y nada más.
M*

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